El Grand Salon de La Sorbona en el barrio latino de París es una galería de 270 metros cuadrados que sirvió por años como sede del Consejo Académico. A pesar de los orígenes medievales de la universidad, el edificio donde se encuentra su rectorado data de las últimas décadas del siglo XIX. La sala es lujosa en su artesonado y lámparas colgantes, en los escudos de ciudades y en dos cuadros del pintor Benjamin Constant que representan al mítico Prometeo, uno encadenado como metáfora del pasado, otro liberado como símbolo del futuro. Con este fondo, el 20 de marzo de 1998, las autoridades de la universidad parisina confirieron a Rafael Caldera el título de doctor honoris causa, después de las deliberaciones hechas por el consejo universitario y aprobadas por el Ministerio de Educación francés.
Este homenaje se sumaba así a los más de cuarenta títulos —entre doctorados honoris causa y profesorados honorarios— recibidos por Caldera en su trayectoria pública. Quizás sea uno de los venezolanos que mayor número de reconocimientos académicos ha recibido en el extranjero, en China, Israel, América Latina, los Estados Unidos y Europa.
Fue su última vez en París, la primera como jefe de Estado y su única visita oficial a Francia. Había viajado a Europa por primera vez a finales de 1933, cuando tenía diecisiete años. Como alumno destacado del Colegio San Ignacio fue elegido para participar en el Congreso Universitario de Estudiantes Católicos en Roma, evento auspiciado por el papa Pío XI. Desde esta experiencia se afianzaron dos de sus singularidades: el compromiso político a través del prisma de la democracia cristiana y su vocación humanista, características que lo hacen un personaje diferente en nuestra historia política.
Si el siglo XIX venezolano estuvo marcado por dirigentes, en mayor o menor medida, anticlericales, el XX se vislumbraba por la influencia del marxismo y sus derivados.
Caldera tomó a Andrés Bello como figura tutelar desde muy temprano. Esto demostraba una declaración de principios a favor de lo civil, del orden y el apego a las leyes.
Para el país de aquellos años, Bello era un ilustre desconocido. Impulsado por el profesor Caracciolo Parra León, el joven Caldera, ya estudiante de derecho, indaga sobre el personaje. En noviembre de 1935, meses antes de que iniciara su carrera política, la Academia Venezolana de la Lengua premia a Rafael Caldera por una biografía sencillamente titulada Andrés Bello.
El político que escribe
Esta obra de juventud no fue un hito aislado. Si bien terminó por dedicarse de lleno a la carrera política, Caldera publicó catorce libros. Unos más técnicos, como su tesis doctoral Derecho del Trabajo (1939) o el tomo dedicado a Temas de sociología venezolana (1973); y otros volcados a recopilar conferencias, discursos y pensamiento político. El más relevante de este tipo es su Especificidad de la democracia cristiana (1972), no solo por sus múltiples traducciones, también por ser un aporte a esta corriente política en el mundo desde América Latina. La suma de sus reflexiones, junto a su alta posición política, era lo que reconocía La Sorbona. Años antes lo habían hecho la Universidad de Sassari en Italia; la de Lovaina en Bélgica; la Universidad Mayor de San Marcos en Perú, así como las principales universidades de Venezuela.
Un libro curioso que quiero mencionar, de simpática lectura y que ayuda a entender a un Caldera más cercano, es Moldes para la Fragua (1962), volumen conformado por perfiles de personajes que de una u otra forma el expresidente consideró modélicos para la juventud. En las diversas ediciones —revisadas y aumentadas—, Jesús de Nazaret aparece junto a José Antonio Páez, Simón Bolívar, Inés Ponte, José Gregorio Hernández y su padre adoptivo, Tomás Liscano, entre otras figuras.
Caldera también se atrevió a escribir y a pronunciar discursos dedicados a sus antiguos adversarios. Con un análisis ponderado, pero sin dejar de lado sus vivencias y momentos álgidos, despidió a Andrés Eloy Blanco en una semblanza que fue censurada por la dictadura de Pérez Jiménez. Ya en la primera magistratura realizó las honras fúnebres de Rómulo Gallegos, Raúl Leoni y Eleazar López Contreras. En 1988 ofreció la conferencia La parábola vital de Rómulo Betancourt, un texto gracias al cual, en una lectura personal, uno se siente reconciliado con la reciente historia venezolana.
Hubo momentos de nuestra historia política en el que los adversarios se han honrado, porque han sido eso, adversarios, y no enemigos.
Rafael Caldera también participó en debates intelectuales con otras figuras de importancia. En 1955 fue el encargado de hacer la contestación al discurso de incorporación de Arturo Uslar Pietri a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Si este fijó la idea de “sembrar el petróleo”, Caldera respondió con la de “dominar el petróleo”. Es decir, contemplar este recurso “como un elemento subordinado a nuestra realidad nacional”, no como algo ajeno, sino como “parte de un objetivo más amplio”.
Otro concepto que defendió Caldera fue el de “justicia social internacional”, explicándolo en foros nacionales y foráneos, como presidente, senador vitalicio o como cabeza de la Unión Interparlamentaria Mundial. Justamente en La Sorbona, al ofrecer en francés el tradicional discurso de agradecimiento, reiteró el concepto de que, si cada pueblo tiene derecho “a aquello que es indispensable para lograr su propio desarrollo”, los países con mayor poder y riqueza tienen más responsabilidades y obligaciones en la construcción del “bien común universal”.
Desde 1936 a 2006 Caldera fue también un asiduo articulista de prensa. La lectura cronológica de estos textos revela setenta años de vida venezolana. Pudieran construir el libro de memorias que lamentablemente nunca escribió. Lo más cercano a ello es Los Causahabientes. De Carabobo a Puntofijo (1999), un particular y personal relato de los retos y transformaciones de la sociedad venezolana para lograr la democracia.
Caldera, el polémico
Acaso en otro país, una trayectoria intelectual y política como la de Rafael Caldera sería recordada y valorada en espacios públicos, monedas y estampillas, investigaciones documentales y trabajos audiovisuales. Pero sus circunstancias en una nación como Venezuela siempre fueron adversas. Paradójicamente ser el primero de la clase o tener un bagaje cultural que otros políticos no tenían no fue lo que más le ayudó para obtener su éxito político. Candidato en seis ocasiones y presidente de la República en dos, sus detractores han afirmado que esto es solo producto de su soberbia. Pero en política la constancia, la paciencia y la obstinación construyen una resistencia que termina conduciendo al poder. Desde antes de su primera presidencia, la mayoría de los ataques los recibió por su personalidad, no por sus ideas. Luego se le achacó con extremada insistencia temas como el allanamiento de la Universidad Central de Venezuela, la demolición del barrio El Saladillo, en Maracaibo, la transformación que sufrieron las escuelas técnicas, o el Protocolo de Puerto España. Pero el sambenito que le tocó llevar en la última década de su vida y parte de la imagen que tiene su figura histórica en la actualidad ha sido el sobreseimiento a Hugo Chávez en 1994. Con esto se han originado todo tipo de leyendas urbanas que van desde poner a Caldera como padrino de Chávez, hasta involucrarlo como parte activa del intento de golpe de Estado del 4 de febrero de 1992.
Uno de los grandes problemas de nuestra crisis actual es que no se generan espacios adecuados para la reflexión histórica. Mucho se pierde en opiniones sin base, insultos y diálogo de sordos.
La figura histórica de Caldera y de sus contemporáneos se debe analizar críticamente y desde diferentes perspectivas. ¿Fue a la larga un error de la Constitución de 1961 hacer esperar una década a los expresidentes para volver a aspirar? ¿Filicidio o parricidio la expulsión de Caldera de Copei en 1993? ¿Cómo se originó y debió manejarse la crisis bancaria de 1994? ¿Claudicó la clase política venezolana ante la irrupción de Chávez? Como siempre, más preguntas que respuestas.
Con sus aciertos y errores, Rafael Caldera aparece como una referencia tutelar de la historia democrática venezolana. Respetuoso del Estado de derecho hasta el final de su vida, demostró que su búsqueda del poder no era un fin en sí mismo, sino una manera de institucionalizar un país desde lo civil y plural, o como dijo, con Prometeo de fondo, al recibir su doctorado honoris causa en La Sorbona de París: “Hemos aprendido, con devoción y sacrificio, que la democracia es no solo una forma de gobierno sino, y por encima de todo, una manera de vivir”.