Ricardo Sucre Heredia, formado en la Marina, en Ciencias Políticas y en Psicología Social, suele tener un punto de vista equilibrado y muy buen criterio para analizar nuestras derivas políticas. Sus reflexiones se basan en experiencia y formación, en observaciones in situ y en documentos, en sus conocimientos de la historia y la cultura venezolana a los que se suma el sentido común. No cede a modas de interpretación, no se acomoda a lo conveniente, no repite como loro. Nada tampoco de histeria ni de espejismos.
Llevo tiempo leyendo su blog y sus artículos académicos. Lo sigo en redes y medios. Entrevistarlo fue mi manera de tener una conferencia suya, para profundizar en una perspectiva de nuestra tragedia que no es la habitual. No le quito ni una palabra más de las que permite este espacio. Esto me dijo:
En varias oportunidades has señalado que no es buena idea sovietizar lo que pasa en Venezuela.
La sociedad venezolana experimenta un rechazo muy grande por todo lo que percibe como izquierda. Como Chávez y Maduro se proclaman socialistas, una reacción es analizarlo todo en clave de Cuba, la URSS o la DDR, que fueron experiencias autoritarias y la simbología chavista apela a esos países. No considero que esas comparaciones sean ociosas, pero te alejan de tu propia historia y ponen el eje de los hechos en otros lugares, eso no ayuda a comprender lo que sucede en Venezuela. Lo que vivimos es made in Venezuela y revisar nuestra historia podría dar claves para entenderlo mejor. Dos ejemplos. En la conversación opositora, domina el G2 como motor de lo que pasa o como control de la sociedad, pero en el informe de la misión del consejo de derechos humanos de la ONU, en sus más de 400 páginas, no hallé alguna mención al G2, a pesar de que habla de la policía política del Estado y sus métodos de control y tortura. El otro ejemplo es la ida de Leopoldo López. Seguramente se buscará una analogía con el exilio cubano, pero me parece que la consecuencia puede ser una tensión entre los que están afuera y los que están adentro que se dio con la oposición a Pérez Jiménez, principalmente en AD. El choque entre los que se fueron y los que se quedaron fue catalizado por el asesinato de Ruiz Pineda en octubre de 1952. Entre analizar el exilio cubano y el pasado de AD, elijo lo último. Me dará más luces para comprender el exilio del presente.
Esa explicación sovietizada parece haber propiciado una especie de profecía autocumplida: el chavismo, respaldado por una conspiración de la izquierda internacional, se muestra todopoderoso e invencible.
Diría que sí en un sentido. La sovietización ha contribuido a la desesperanza, a creer que no se puede hacer algo frente al gobierno de Maduro. Sin embargo, la derechización extrema de la sociedad es tan intensa, que me aventuraría con una explicación que podría parecer jalada por los pelos. Es la lógica freudiana para explicar las creencias paranoicas. En corto, Freud sugiere que la paranoia surge para reprimir los deseos de atracción homosexual, al invertir la atracción. Tomo lo de invertir la atracción.
Venezuela era un país de cultura ñángara y ahora hay un giro de 180 grados, es la inversión de la atracción. La sociedad quiere romper con ese pasado y lo invierte.
La necesidad de refundar todo para atajar la ansiedad que produce ver un país en ruinas, lleva a una intensidad política de signo contrario a lo que antes se apoyó. Eso lleva a querer eliminar todo lo que vaya del centro a la izquierda.
Has escrito que en nuestra historia reaparece la dinámica “fragmentación, muerte y fracaso” ante las autocracias ¿Cuál es su lugar en los desbarres de estos veinte años?
El ciclo que mencionas es un arquetipo entre quienes se enfrentan en Venezuela a gobiernos autoritarios: cuando optan por la vía insurreccional terminan fragmentándose y fracasando. Preocupado por el peligro de una guerra civil, en la introducción del Libro negro (1952) Ruiz Pineda escribió sobre ese arquetipo que aparece entre la represión del Estado autoritario y las estrategias insurreccionales —putschistas como se decía entonces— de quienes se oponían a la dictadura. El ciclo lo vimos con Pérez Jiménez, con la democracia y lo que quedó de la izquierda insurreccional en la etapa consolidada de la democracia —esta no fue una forma de gobierno autoritaria, pero el PCV abandonó la lucha política durante la lucha armada. La oposición a Chávez y a Maduro tampoco escapa a este arquetipo, salvo en momentos muy particulares. Al enfrentar a Chávez por la vía insurreccional, la oposición salió derrotada, y vino su fragmentación, muerte y fracaso. Con Maduro, desde 2013 se optó por una política de “quiebre”, que no ha resultado, y lo logrado hoy está muy lejos de las expectativas de quienes promovieron y promueven tal estrategia: una oposición fragmentada, buena parte de sus cuadros en el exilio, muertes y fracaso político. Fíjate que el arquetipo no se presenta cuando se opta por la vía electoral. El mejor momento para la oposición fue entre 2009 a 2014, cuando la MUD construyó las bases para una oposición con fuerza. Luego la muerte de Chávez le dio fuerza al regreso de la política insurreccional. La sociedad venezolana se fracturó, y la lucha política hoy es suma cero.
Lamentablemente, los conflictos políticos tienen vida propia, lo que hace difícil salir de ellos, por la cantidad de intereses creados en juego.
Fíjate el conflicto en Colombia o el estancamiento del conflicto en Siria. ¿Por qué Venezuela tendría que ser diferente? Un conflicto político se mantiene en el tiempo porque se potencia y la sociedad no es capaz de romper con la rutina conflictiva porque nadie cree que es posible abandonar una guerra. Muchos viven de ella o se ajustan. Entonces, se reproduce el conflicto de forma interminable. Nadie cree, nadie se atreve.
Dices que ves al chavismo más parecido a Gómez que a Pérez Jiménez. ¿Por qué?
La comparación se refiere a Maduro, no a Chávez. Por supuesto, no es una comparación literal, son dos momentos diferentes. Pérez Jiménez fue una dictadura modernizadora. Gómez, como lo acuñó Manuel Caballero, un “tirano liberal”. Pérez Jiménez fue una interrupción en el “largo camino hacia la democracia” al modo de Carrera Damas. Gómez, el cierre de una etapa en Venezuela. Caballero decía que para hablar de un “nuevo gomecismo” primero habría que vivir “un siglo de guerras”. Con las diferencias del caso, la sociedad venezolana ha estado en conflicto desde tal vez el Viernes Negro de 1983. Como con Castro y Gómez, Chávez era primero ágil, carismático; y Maduro burocrático y gris, pero muy zamarro desde el punto de vista político. También asocio con el gomecismo el clima pesado, de desesperanza. Una oposición con sus principales cuadros en Bogotá, Washington, Madrid, planeando sacar a Maduro. También hubo una “invasión” que fracasó. Maduro significa también el cierre de una etapa económica y política. Gómez abrió la petrolera, Maduro abre una cercana a lo no petrolera. Gómez liberalizó, como se entendía en esa época, una economía ortodoxa. Maduro hace un ajuste “liberal” aunque chucuto, desordenado, desigual; la Ley Antibloqueo supone abrirse a grandes empresas, aún a las norteamericanas. El gomecismo fue patrimonialista, el gobierno de Maduro también lo es. Vuelvo a Caballero, para quien Gómez no es solo una persona, sino una manera de gobernar: pienso que Maduro encaja en ella.
Te has referido también a un «statu quo de la resistencia» que significa algo que hiela la sangre: indiferencia ante el sufrimiento de la gente ¿Hay un divorcio entre la oposición y las mayorías en este momento?
El divorcio es afectivo, de compromiso, de empatía. No es un divorcio retórico. Por ejemplo, del asunto de la leña habló todo el mundo en la oposición para poner de relieve el manejo incompetente y corrupto del gobierno con el gas, pero ya. En las dificultades se necesita empatía, comprensión, equilibrio, porque las privaciones nos igualan. Son momentos para el ejemplo. Betancourt como presidente fue austero, una manera para comunicar compromiso, no fue solo retórica. Cuando hizo un importante ajuste económico por los descalabros heredados de Pérez Jiménez, la rebaja del sueldo incluyó a los altos funcionarios. En el caso actual, percibimos una distancia entre las privaciones que nos toca vivir y el estilo de vida del mundo político. No es que tengan que sufrir, pero están lejos de los problemas del común. Esto sin entrar en las informaciones acerca del manejo de dineros públicos que, de ser ciertas, decepcionarían aún más. Cierta opinión opositora construyó un discurso “esto es peor que” (Mao, Stalin, Pol Pot, Fidel… agregue usted y todos sumados), pero ellos se ven bien, a pesar de que vivirían como todos en el “esto es peor que”. No sé si en el Gran Salto Adelante de Mao había algún delivery, mientras se “denunciaba” el hecho. El discurso de “esto es peor que” llevó a la desesperanza. Hace un tiempo, era “ya hicimos todo”, “venimos del futuro” y “solos no podemos” —expresiones que encierran una gran desesperanza y un locus de control externo. Ahora es: “pase lo que pase, esto terminará en negociaciones”, que justifica el discurso de la espera, impensable hace un par de años. Pero tenemos conciencia de vivir en una forma de gobierno autoritaria y eso produce una disonancia. Al final todo se reduce al idealizar un pasado que no fue tal y a construir un mundo en el cual confirmo mis sesgos, me alejo de lo que perturba, lo canalizo a través de la denuncia, y espero que algún evento externo cambie la situación. Así se lleva la vida.
Creo que eso se relaciona con que nuestros partidos políticos hoy no se definen por ideas, sino que más bien son tribus o grupos de poder. ¿Me equivoco?
Nominalmente los partidos tienen un programa, aunque no con el peso que tiene en un partido europeo, por ejemplo. Los programas políticos influyeron en los partidos en Venezuela hasta los sesenta. Perdieron relevancia con las demandas de Puntofijo para la estabilidad política, que llevaron a discusiones menos doctrinarias y más instrumentales, para evitar polarizar como en el Trienio Adeco. El segundo motivo: la estabilización de la democracia liberal en 1973, cuando el bipartidismo AD-Copei se consolida. Carlos Andrés Pérez inaugura las campañas de corte norteamericano. El efecto en los partidos es que los programas comienzan a tercerizarse en técnicos cercanos a los partidos o gente de renombre, pero no son programas producto de la vida de los partidos.
Un programa político es como la buena poesía: se siente, no se entiende.
Pero la época de Picón Salas en ARDI y ORVE, el Programa de Febrero (1936), el Plan de Barranquilla (1931), Puntofijo (1958), programas y textos de cuyas páginas brota Venezuela, ya pasó. Pasamos de partidos con doctrinas a los catch all parties de la madurez de la democracia. Lo venezolano de los programas se perdió.
¿Cuál es la alternativa? ¿Qué debe hacer un partido si quiere resistir en este momento?
Hay que rescatar la idea de programa y del trabajo de organización política. Que no es una “lista de cosas para hacer” porque esa la oposición la tiene (el Plan País, la más reciente). Un programa que ubique al ciudadano en su mundo y en el mundo. La narrativa del chavismo penetró en el cuerpo social. Para competir con esta narrativa, se necesitan programas que respondan al “cómo” y al “para qué” de la existencia política. El trabajo de organización supone llegar a todos los sectores, pero para eso debes participar en la vida social y política. Un efecto negativo de la estrategia del “quiebre” es que la oposición abandonó los espacios organizados. Mientras espera las “condiciones suizas” para participar, más lejos estará de sus propias bases partidistas y del país. Se cita mucho el caso de AD en sus orígenes y la famosa frase de Betancourt. Pero esa generación trabajó en las condiciones que había en Venezuela en ese momento. Y tuvo éxito.
El viraje reaccionario de la sociedad venezolana suele explicarse por el sufrimiento de estos años, pero tú has estudiado un autoritarismo agazapado en nosotros.
Desde el punto de vista psicosocial, que es el área en la que estudié el autoritarismo, es esa es una reacción para garantizar estabilidad frente a un ambiente que no controlo. Es una tendencia mundial y Venezuela no es la excepción, nuestra crisis es muy severa y produce una reacción autoritaria. Se busca al “gendarme necesario”. Pero el autoritarismo de hoy es distinto al que llevó a Chávez al poder. Los noventa fueron una década con un clima muy autoritario en Venezuela, pero Chávez llegó con una promesa de cambio institucional: la constituyente.
Hoy lo que sorprende es la intensidad de la disposición autoritaria.
En los noventa se buscaba un autoritarismo político para poner orden en la casa. Hoy se busca un autoritarismo existencial, de tipo ontológico, ya no es poner orden en casa, sino derribarla y refundarla sobre nuevas bases. Es un autoritarismo existencial que ha revivido el positivismo y la antropología del pesimismo, según la cual los venezolanos somos de una determinada manera negativa. Pero en general, aunque parezca contradictorio, considero que tenemos una cultura democrática.