Tomás Straka (Caracas, 1972) no solo es un académico muy activo, graduado de profesor de Historia de la UPEL; máster por la UCV, doctorado por la UCAB y director de los postgrados de Historia de esa universidad e individuo de número en la Academia Nacional de la Historia. También es un historiador que publica mucho y que demuestra una vez más que entre ellos tenemos muy buenos escritores. Aparte de sus numerosos artículos en revistas de su especialidad y en medios como Prodavinci y Debates IESA, Straka ha publicado La voz de los vencidos. Ideas del partido realista de Caracas, 1810-1821 (2000), Hechos y gente. Historia contemporánea de Venezuela (2001), La épica del desencanto. Bolivarianismo, historiografía y política en Venezuela (2009) y La república fragmentada. Claves para comprender a Venezuela (2015).
Hemos hablado muchas veces durante varios años; creo mucho en su perspectiva y en su capacidad de enseñarnos cómo distinguir el pasado y el presente cuando se parecen en la superficie. Justamente lo que hace falta cuando nos asomamos a la Venezuela que emerge en 2020: un país de asaltantes de caminos, contrabandistas, paludismo, bodegas abarrotadas de productos de ultramar, columnas de desesperados abandonando las haciendas. El país de El osario de Dios o de Fiebre. Pero con Twitter, cuando hay Internet, y carros, cuando hay gasolina.
Quiero empezar explorando el tema que ha ido emergiendo entre algunos de nosotros: Venezuela está volviendo al gomecismo. Una población abandonada a su suerte, despojada de las conquistas de la modernidad; un Estado-nación débil y sin conexión interna; una industria petrolera entregada a actores externos; y ninguno o casi ninguno de los legados de 40 años de democracia. Sabemos que el pasado no regresa, pero ¿cómo ves tú esa sospecha, o esa metáfora para explicar el país devastado de 2020?
Está volviendo a situaciones muy parecidas a las que existieron durante al gomecismo. No debería sorprendernos tanto, comoquiera que llevamos casi un siglo diciendo que mucho de lo que veíamos de nuestra modernidad era apariencia, era algo superficial, pagado por la renta petrolera. Una explicación que se queda corta: si la renta sola generara modernidad, con el último boom petrolero que tuvimos estuviéramos a la vanguardia del mundo. Un liderazgo político, social, cultural, empresarial, académico empleó esa renta para modernizarnos, un esfuerzo que no fue todo lo efectivo que pensamos hacia, pongamos, 1970. Eso significa que nunca salimos completamente del gomecismo, o de lo que era la Venezuela del gomecismo. No era lo único que estaba, pero sí algo latente que en cuanto tuvo la oportunidad afloró. Como alguien que aparentemente está feliz y es exitoso, pero al que una crisis en el trabajo o la familia, o un par de tragos de más, revela como una persona con tristezas o rabias profundas. Por otra parte, estamos, y lo subrayo, en situaciones parecidas a las del gomecismo, no en el gomecismo en sí, ya que, mal que bien, todo eso que señalas de la Venezuela actual y que estaba presente cien años atrás entonces comenzaba lentamente a ser superado. Nos hemos tropezado en el camino con el gomecismo, porque el gomecismo iba en una dirección hacia adelante y nosotros parecemos estar, en un montón de cosas, de retroceso.
A mí toda la historia de los bodegones donde se venden carísimos productos importados, como islas de consumo ante una población que en su mayoría la está pasando muy mal, me recuerda la Ciudad Bolívar de la fiebre del oro o el San Fernando de la fiebre de las plumas de garza. La Venezuela de antes del petróleo. ¿Cómo lees tú ese fenómeno?
En alguna medida es muy parecido a la Venezuela prepetrolera, pero en alguna medida, también, no es más que una versión de baja calidad de la Venezuela petrolera. Sin duda, incluso la palabra bodegón, tan decimonónica, cuando había bodegas que vendían cosas importadas para los muy ricos (viene de lo de las bodegas de los barcos), remite a una situación esencial de desigualdad. Pero la Venezuela petrolera fue, para muchos, en gran medida la simple oportunidad de que todos pudieran ir a la bodega (nombre que no en vano se populariza en los años 1950), es decir, el empleo de la renta para democratizar esa lógica centenaria del bodegón. Era el supermercado lleno de cosas importadas. Pensemos en el país de cuando tú y yo éramos niños. La presencia de todo lo que estaba de moda, de la última tecnología, a precios más altos que en cualquier parte, pero que una sociedad pagaba fundamentalmente por su acceso a petrodólares, describe bastante bien a la Gran Venezuela. O a esa “prosperidad” de la era de Pérez Jiménez que ahora algunos añoran: mientras el Centro Simón Bolívar tenía acabados de mármol, para entonces la mayor parte de los venezolanos vivían descalzos, en carreteras de tierra, desnutridos. Claro, una vez más, con una diferencia importante: tanto en los años cincuenta como en los setenta, con acentos y alcances distintos, se estaba haciendo algo para que eso dejara de ser así. Había en Caracas una tienda Dior y un Sears, mientras el 40 % del país era analfabeta, pero todos los planes, de todos los bandos en pugna, coincidían en que eso había que cambiarlo de algún modo. Visto así, el bodegón es la permanencia de la premodernidad. Venezuela desnuda de sus atavíos modernos.
Hablemos de la fragilidad de la fuerza armada como fuerza de cohesión nacional. Un legado del gomecismo, por cierto. ¿Crees que todavía cuenta como tal, y que esa cesión de control a grupos irregulares en las economías criminales que ya no son solo en las fronteras, no es algo que está sacrificando a la FANB no solo como institución, sino como organización capaz de controlar la violencia y el territorio?
No soy experto en el tema, pero hasta donde veo, cada vez que lo decide, la FANB ha logrado imponerse en los trances a los que ha sido convocada. De modo que en cualquier caso el punto está en por qué en unos casos actúa de un modo y en otros aparentemente no. Y la fragilidad no parece ser la clave de esta lógica.
Otro aspecto en torno al rol de la FANB es el deseo de orden de parte de la población, del que parecen aprovecharse ciertos círculos para estimular una nostalgia por el perezjimenismo idealizado, incluso entre gente que no vivió esa dictadura. ¿No te parece inquietante que con todo lo que han hecho los militares en estos veinte años, todavía haya gente deseando un gobierno de las fuerzas armadas como horizonte de orden y progreso?
Al parecer, lo de los venezolanos con el pretorianismo es como lo de la vieja canción mexicana: “Un viejo amor, ni se deja ni se olvida”. Pero en el caso del neo-perezjimenismo, me parece, hay algo más que militarismo: hay un deseo de retorno a aquellos militares, una oposición a todo lo que suene a socialismo, la convicción de que todo estuvo equivocado desde 1958 hasta hoy, democracia y chavismo. No es una advocación a los militares sin más. Es algo que debo estudiar. Habría que preguntarle a los neo-perezjimenistas qué es exactamente lo que piensan, para no poner nuestras conclusiones en sus bocas. Por otro lado, ya en términos más amplios, la apelación a los militares responde en parte la pregunta anterior: se los añora porque no son frágiles, porque se está convencido de su poder, sin el cual no pudiera ser posible ni la estabilidad del status quo, ni su transición por otra cosa. Tiene mucho de instrumental, no de vocación. Incluso, si ves las encuestas te encontrarás con algo notable: nunca los militares han tenido tan poco prestigio. Nunca ha habido tan pocos venezolanos que los vean como una solución. Ese no es un saldo menor.
Dices que en las encuestas salen muy mal parados los militares, lo cual es cierto, yo también lo he visto en los pocos sondeos que circulan. Pero también me parece que todo ese neo-perezjimenismo está más en las redes sociales y en la diáspora, que en el terreno. Si estás de acuerdo con esa sospecha, y al tanto de que es un fenómeno que está por estudiarse, ¿será que esa nostalgia por la derecha militar desarrollista de los 50 prospera más en cierta emigración venezolana en Estados Unidos y España, principalmente, que en la misma Venezuela?
El neo-perezjimenismo está también bastante difundido entre ciertos grupos universitarios. Si lo sumamos con los que señalas, esos que hacen más uso de las redes y una parte de la diáspora en España y Miami, estamos hablando, al menos inicialmente, de un sector de la clase media. Probablemente uno que siempre tuvo sus dudas con la democracia de 1958 (¡aunque ella lo mimó como a pocos!), que siempre fue antiadeco (y en ocasiones por simple racismo y clasismo), que fue más o menos el mismo que votó por Pérez Jiménez en 1968 o que, sin por eso él haya sido perezjimenista, apoyó a Renny Ottolina. Puede haber en el mismo muchos descendientes de inmigrantes europeos que llegaron en los 50. Para ellos Pérez Jiménez fue un salvador, en ocasiones en un sentido literal, y además uno que en muchos casos encarnaba el tipo de gobierno al que estaban acostumbrados y con el que la mayor parte no tenía diferencias ideológicas importantes (Franco, Mussolini, Salazar), pero con más dinero y mejor funcionamiento. Ahora, vistas las cosas en 2020, socialmente, la clase media dentro de la que está el neo-perezjimenista es el segmento que más ha perdido, ya que de pasar de ser una de las más prósperas del continente, ahora se ve desarraigada y en demasiadas ocasiones en bancarrota. Es un tránsito evidentemente traumático. Tuvo acceso al poder y ahora está bastante lejos de él. El declive comenzó ya en los ochenta, y por eso un altísimo porcentaje de la clase media votó por Chávez, soñando en un nuevo Pérez Jiménez que pondría el orden que los adecos y copeyanos no lograban, y regresaría a la bonanza de los 50. Chávez no cumplió las expectativas y para las elecciones de 2001 la clase media se había básicamente divorciado de él. Pero eso no se leyó como un error en lo que se buscaba, sino en lo que se había encontrado. Si él no era Pérez Jiménez, debía haber uno en alguna otra parte. Que nada de esto nos confunda: todos los estudios de opinión arrojan que la mayor parte de los venezolanos sueñan con algo distinto a un Pérez Jiménez. Un grupo muy grande quiere una democracia tendencialmente liberal, o en realidad lo que podríamos llamar una socialdemocracia. Pero me temo que otro igual o incluso mayor sueña con otro Chávez, aunque no lo nombre así. Eso es lo que arrojan muchos estudios cuando se le pregunta a la gente qué clase de presidente hace falta para Venezuela. No se dicen chavistas, pero el líder que dibujan es en esencia Chávez.
Quisiera saber tu perspectiva de historiador sobre la realidad de la migración masiva. Primero, esto no tiene precedentes en la historia venezolana, ¿cierto? Partiendo de la premisa de que no teníamos censos sino estimaciones muy insuficientes, incluso más precarias que las de ahora, podemos decir que ni siquiera durante las guerras de Independencia hubo tanta gente dejando el territorio, ¿no?
Tenemos un precedente muy claro, muy grande, que me sorprende no se haya dicho: la migración interna en Venezuela entre las décadas de 1930 y 1980. Decir que “el venezolano no emigra” ante aquella realidad abrumadora, es, por ser suaves, no ver las cosas en perspectiva. Regiones enteras se quedaron sin una generación, que se fue a los campamentos petroleros, a Caracas o a algunos núcleos industriales como Puerto Ordaz. ¿Que no es lo mismo? Veámoslo con calma: era tal vez más difícil ir de Margarita a Zulia en 1930 que ir de Caracas a Ecuador el día de hoy. Se trataba de viajes de cuatro, cinco, siete días en autobuses. De Margarita a Zulia eran ocho días en barco hasta que se pudo ir en varios autobuses y después en ferry, y finalmente en dos o tres autobuses cuando se inaugura el Puente sobre el Lago. A veces los viajes tenían trechos en autobuses, con otros yendo en la parte de atrás de camiones y otros a pie. ¿Que no se perdía el contacto con la familia como en la actualidad? Al contrario. Hoy los emigrantes están por WhastApp y Facebook mucho más en contacto con sus familias que los de hace cuarenta años. ¿Te acuerdas esos servicios públicos que hacían las radios AM hasta los años 80 e incluso los tempranos 90? “Se informa que Fulano de Tal está hospitalizado en Caracas en el Hospital Vargas o en el Clínico, si alguien oye esto en Marigüitar o en Mapararí, por favor avísenle a su familia”. O cuando la gente dedicaba canciones a su mamá el Día de la Madre. La diferencia es una sola: los pobres venezolanos, con su gran vocación migratoria, tenían los sitios más prósperos de Sudamérica en su propio país. Pero al no tenerlos ahí, simplemente agarran el mismo autobús y se van adonde tengan que irse. Y otra cosa más: que ahora se van los ricos, puede decir alguien. Pues resulta que los primeros que dejaron sus regiones para comprar una quinta en Caracas fueron precisamente los ricos. Se pudiera hacer historias familiares: los ancestros en sus haciendas en Trujillo o en Guárico o donde sea hasta 1940 o 1950, los abuelos y los padres en Caracas a partir de 1950, y ahora los bisnietos en Bogotá, Panamá, Madrid o Miami.
Recuerdo esos mensajes por la radio, sí, y toda una tradición musical que refleja esas distancias y esa incapacidad de comunicación. Y la historia de mi propia familia y es la de mis abuelos migrando desde Oriente, Guárico y el Tuy a Caracas y Valencia para que nacieran ahí mis padres y mis tíos. ¿Crees que queda memoria familiar de esos desplazamientos, que hoy esté reapareciendo, tal vez con utilidad en los migrantes de ahora, tanto hacia el exterior como dentro del país, desde Mérida y Barquisimeto y Maracaibo hacia Caracas y Lechería?
Me parece que no. Al menos no lo he percibido. En los hijos de muchos inmigrantes extranjeros, naturalmente, hay una consciencia más clara: recorren de regreso el camino que hicieron sus padres, es demasiado elocuente como para no pensar en eso. De hecho, en muchos casos los hijos de los inmigrantes son más remisos a emigrar, o lo hacen con al menos con más cautela, porque saben la dimensión que este esfuerzo representa; incluso saben mejor todo lo que se pierde si se deja perder a Venezuela. Pero en los venezolanos de varias generaciones, sobre todo en los de los sectores populares de la última ola, que es la de los nietos de los campesinos que se fueron a Caracas u otras ciudades, no he oído a nadie equiparando su propia experiencia con la de sus abuelos o bisabuelos. Habría que investigar eso. Pero no me extraña. Tal es el quid de la conciencia histórica: cuando no se la tiene (y acá la abrumadora mayoría no la tiene), se forma parte de procesos, se siguen patrones de conducta, se toman decisiones con valores cuyo alcance o puesta a prueba en otra parte se desconocen. ¡Y vaya que sería importante para nuestra cultura migratoria tener al menos unas respuestas más asertivas ante el reto! Hay una gran diferencia entre los profesionales más o menos enterados de las primeras olas, y quienes que salieron de vivir de las misiones y otras sinecuras aplaudiendo “así, así, así es que se gobierna”, a ver qué consiguen en Cúcuta o a soñar que Perú sí es el Reino de Jauja que imaginaron los conquistadores. No se puede generalizar, naturalmente, pero sí son muchos. Tampoco banalizar la inopia que los ha llevado a emigrar. Pero el hecho es que demasiados se fueron creyendo que la situación sería algo completamente distinta a la que hallaron. Un mínimo de cultura migratoria habría podido ayudar a que sus historias fueran más exitosas.
Si más del 15 % ha dejado el país esto implica una transformación inédita para la sociedad venezolana. ¿Cómo concibes esa transformación? ¿Qué le pasa a una Venezuela que nunca había visto partir a una porción tan grande de su gente en tan poco tiempo?
No soy experto en el área para pronosticar los resultados de las migraciones. Sólo me atrevo a decir que eso dependerá de las decisiones que se tomen. Puede tratarse de un verdadero desastre, con la pérdida de cerebros. Cada vez será más difícil encontrar un buen médico o un maestro competente. Es increíble, por ejemplo, lo que significó e incluso sigue significando hoy para Alemania el que sus mejores cerebros hayan sido contratados por universidades norteamericanas en los días del nazismo. La vanguardia de la ciencia cruzó el Atlántico y en gran medida sigue ahí. Pensemos eso con cada hospital, cada universidad, cada escuela, cuando uno oye que alguien de su personal se va. Pero por otro lado se pueden abrir posibilidades. Son incluso cosas que ya están ocurriendo. En general, el aumento de los ingresos que se ha visto en los últimos meses en muchas familias se debe, entre otras cosas, al hecho de que los sueldos están mejorando, al menos en el sector privado, porque hay una oferta de mano de obra menor, a veces angustiosamente menor, y a las remesas. La remesa, por otra parte, cambia una ecuación fundamental en la vida venezolana: de ser un país que vivía del Estado que repartía la renta, cada vez más personas (no el país completo, al menos no todavía) vive del trabajo de los venezolanos, bien que en el exterior produce y manda una parte de lo que gana, bien que haga cosas acá para el exterior o bien que vea cómo importar algo, cómo conseguir unos dólares. Si se logra afianzar esto, en contra de todo pronóstico, este desplome sería el primer paso real en años a algo que podría parecerse al desarrollo. Pero, ¿se dejará que esto se afiance?
Hasta hace poco, había gente que decía que el chavismo no era el comienzo de una era nueva, sino el canto de cisne de la decadencia democrática. Hoy parece una aseveración no solo sin fundamento, sino un delirio optimista. ¿Alguna vez lo viste así? ¿Cuál es tu respuesta, desde 2020, a esa hipótesis?
Fue el cierre de un ciclo. Pero eso no significa que el que abría o se abriría después fuera a ser mejor. Esto ya no es el chavismo con Chávez de 1999 a 2013. Ya estamos comenzando a estar en otra cosa, aún no sabemos muy bien en qué. Si Chávez fue el canto de cisne de la democracia, también sentó las bases de una nueva realidad, cosa que fue el sueño de su vida. Murió sin llegar a realizarlo. Maduro ahora encabeza una reorganización del país y de la sociedad, que puede ser profunda y es imposible descartar, con base en los hechos, que no será duradera.
¿Qué queda de la democracia venezolana? ¿Queda una cultura democrática, una fe en los recursos y métodos de la democracia? ¿Queda al menos un buen recuerdo? ¿O una esperanza de su reconstrucción?
Queda un poco de todo eso. Pero todo en gran riesgo. Germán Carrera Damas, que a sus noventa años es el joven más optimista de Venezuela, decía que el día de hoy pasan dos cosas, que lo emocionan mucho: que la democracia vive en la sociedad, al menos una parte, y no en el Estado (el teme que antes fue al revés), y que por primera vez en la historia es la sociedad la que le reclama a sus líderes democracia, y no los líderes los que tratan de halar a la sociedad hacia ella. Las evidencias lo respaldan. Pero se trata de una llama que está sometida a fortísimas ráfagas el día de hoy y que a ratos parece extinguirse. Carrera Damas dice que su función es tratar de mantenerla viva. Ayudémoslo.
Hace algunos años, tú y yo hablábamos de cómo los años de Chávez habían traído mucho interés por la Historia, por entender al país desde su pasado, y tú has dicho varias veces que Venezuela era un país donde los historiadores eran escuchados como en pocos otros lugares. ¿Cómo ha evolucionado eso, con la industria editorial devastada y las universidades haciendo milagros para funcionar o para atraer alumnos a los postgrados de Historia?
El interés sigue siendo alto. Claro, el colapso del mundo editorial y de buena parte de lo que quedaba de la universidad, ha jugado en contra. Y muy duro. Pero la politización de la sociedad, la movilización que eso genera, y no sólo en partidos (que también andan mal), sino en gente tratando de construir un camino, aunque sea propio, sigue convocando lectores, estudiantes, auditorios para conferencias. A lo mejor, como dices, se trata de milagros. Pero ellos se manifiestan en mucho trabajo, mucho compromiso, mucha pasión por lo que hacemos. La gente se sorprende cuando ve que se siguen publicando libros o que quedan algunos postgrados en pie (pero las cosas como son: otros han cerrado). En estos días una colega norteamericana me decía, también sorprendida, que la historiografía venezolana está “viva”. Sí, lo está, tiene al menos ese milagro: el de la vida. Y el de nuestra resolución para que eso siga así.