Magdalena López: la academia descalabrada
¿Cómo ejercer la labor académica en un contexto de extrema precariedad y de emigración masiva, que también afecta a estudiantes, profesores e investigadores? Hoy el salario promedio de un profesor universitario en Venezuela equivale a siete dólares. Los robos y la quema de instalaciones y bibliotecas son frecuentes, se desvalijan equipos de laboratorio, computadoras y hasta se arrancan las cerámicas de piso, los cableados eléctricos y otros elementos de las infraestructuras. Se hostiga además a profesores y estudiantes. Todo redunda en la paulatina desaparición de la investigación, en el cierre de aulas y de las actividades universitarias. No extraña que un cincuenta por ciento de los profesores haya abandonado el país.
Desde la Sección de Estudios Venezolanos de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) nos propusimos hacer a finales de junio las V Jornadas LASA-Venezuela con el apoyo de la Organización de Derechos Humanos WOLA y la Universidad de Tulane en Nueva Orleans.
Teníamos dos objetivos: vincular a la comunidad académica de la diáspora con sus pares locales –sorteando el aislamiento de los últimos y la fragmentación de los primeros—, y empujar la reactivación de universidades que prácticamente han sido desmanteladas.
¿Pero cómo podíamos intentar subsanar las diferencias entre los estudiosos en el exterior y los que bregan dentro?
Por la pandemia y el acceso limitado a internet en el país, las V Jornadas al final fueron híbridas: virtuales y presenciales. Para ello habilitamos varias salas de la Universidad de Los Andes (Mérida), de la Universidad de Oriente (Cumaná) y de la Universidad Católica Andrés Bello (Caracas). Allí, con distanciamiento social, el público acudió a las sesiones y algunos participantes intervinieron.
Sin las tres coordinadoras locales, no hubiese sido posible contar con las salas, acondicionarlas ni organizar las participaciones en ellas. Rosaura Guerra en Caracas centralizó las gestiones in situ en estrecha coordinación con Carolina Lozada en Mérida y Adriana Cabrera en Cumaná. Sus testimonios muestran cómo tender puentes en nuestra fragmentada comunidad académica y lograr cierta resiliencia, a pesar de las dificultades.
Rosaura Guerra: Venezuela en su cruda desnudez
Había que encontrar un lugar para la sede de las V Jornadas en Caracas. Cuando comenzamos las gestiones con las universidades públicas más importantes de la ciudad, todas respondían lo mismo: “no estamos en condiciones de albergar ningún evento en este momento”. En la planta física de sus recintos se constataba.
Al fin acudimos a las instalaciones de la UCAB-CIAP, a cambio de un pequeño estipendio gestionado por el comité organizador. Logrado el espacio, surgió un nuevo quebradero de cabeza, constante en todo el evento: ¿cómo hacer llegar los recursos a Venezuela para sufragar las jornadas en sus distintas sedes? Tuvimos que lidiar con una economía que se expresa en dólares sin mecanismos formales para su circulación. Debíamos pagar internet, plantas eléctricas, gasolina, transporte, material sanitario de bioseguridad y alimentos para los tres días del evento en la todopoderosa divisa, haciendo malabarismos según los requerimientos de cada proveedor: transferencias entre cuentas en el exterior, cheques perdidos en la dimensión desconocida del correo postal venezolano, y la procura de algún cambista local que pudiera distribuir la divisa en efectivo.
A menudo los obstáculos para enviar pagos adoptaron tintes dramáticos.
El primer cambista que nos apoyó se enfermó de covid en medio de las gestiones, y el último mensaje nos lo envió desde el hospital donde estaba aislado. No supimos más de él.
Por fortuna, las personas más comprometidas con el encuentro pudieron adelantar el dinero desde sus cuentas personales en el exterior. A pesar de los obstáculos, no contemplamos la posibilidad de dar marcha atrás. No, señor. En las V Jornadas el tema central era Venezuela, desde las perspectivas de las Humanidades, las Ciencias Políticas y Sociales, y Venezuela se mostró en su cruda desnudez desde la organización hasta el final de las actividades.
Carolina Lozada: hasta la naturaleza se opuso
Aceptar el reto de coordinar desde la ULA las V Jornadas LASA-Venezuela implicaba contar con un buen equipo. Jenny Muchacho, Laura Uzcátegui, Richard Escalante y Luis Moreno Villamediana me acompañaron en el desafío. Todo lucía cuesta arriba.
Como se sabe, pocas instalaciones universitarias tienen internet. Afortunadamente el Comité Organizador de la Sección de Estudios Venezolanos se comprometió a asumir la instalación de la red en el Instituto de Investigaciones Literarias Gonzalo Picón Febres.
En Mérida suele fallar con frecuencia, así que la pesadilla más recurrente en la organización y desarrollo del evento era que nos quedáramos a oscuras. Se lo comunicamos al comité organizador y propusimos un plan B: alquilar una planta eléctrica. Nada dijimos de la gasolina dolarizada y de contrabando para alimentarla, porque ¿cómo explicar tanta irracionalidad en un país petrolero? Resolvimos así: usamos parte del dinero de los refrigerios para comprar combustible.
La pesadilla se materializó: el martes 29 a media mañana ocurrió un corte eléctrico. Como estaba previsto, corrimos a encender la planta mientras un ponente presencial se preparaba para leer su trabajo. Reímos nerviosos. Prueba superada.
Otra de las dificultades en nuestra sede eran los traslados. No estaba previsto alquilar transporte, pero en la ciudad casi no había. ¿Cómo llegaríamos a primera hora quienes vivimos lejos? ¿Cómo volveríamos? Había que exponer las vergüenzas: necesitábamos contratar un microbús. Así además cada ponente podría llevar su portátil, en vista de que la institución cuenta con muy pocas.
Antes del evento, casi a diario, surgió algún inconveniente que resolvimos auxiliados por la diligente Rosaura Guerra. Enviaba entonces un mensaje tipo: Houston, tenemos un problema. Hubo sustos memorables. La noche antes del comienzo de las jornadas, la encargada del transporte llamó para anunciar que el chofer tenía covid-19 y para facilitarnos el servicio tendría que inventar un plan B. Habría que darle una mención especial a todos los planes B que nos salvaron en Mérida, en Caracas, Cumaná y en el propio Comité Central. En Venezuela hay que tener un plan B, C, D y así hasta la Z.
El martes 29 recibí un mensaje de voz de Connecticut: de fondo oía el feroz sonido del viento. El primer ponente del miércoles 30 me anunciaba que había un tornado en la ciudad. El fondo atmosférico lo ratificaba. La ciudad suele quedar sin electricidad ni internet, me anunció, ten a la mano mi ponencia para que alguien la leyera si acaso quedo incomunicado.
Al tornado en el norte se sumaron anuncios de vientos huracanados sobre el Caribe para finales de junio. La naturaleza se sumaba.
Por fortuna todo quedó en amenazas.
Cuando el 30 comenzaron las intermitencias de internet, nos asomamos por la ventana y vimos los pinos de la montaña frente del Instituto sacudirse con el viento y una lluvia que prometía hacerse tormenta. La intervención de Carlos Sandoval iba y venía como efecto de las interferencias. Llamamos a la compañía de internet que se excusó: no podía evitar las fallas. El Poseidón de Pampatar, los Momoyes o quién sabe qué deidad, quería sabotearnos el final de las jornadas. En la sala Domingo Miliani intentábamos resolver los problemas de la conexión, como quien intenta mejorar la imagen de un viejo televisor interviniendo la antena con arreglos caseros. Los presentes, casi todos de pie como ante un ring de boxeo al final del asalto, veíamos al profesor Sandoval aparecer y desaparecer en medio de un combate entre la naturaleza y la tecnología. Estallamos en risas. Ya solo quedaba reír.
Estábamos agotados, pero el balance nos deja satisfechos. Invitamos a intelectuales, académicos, periodistas, editores y estudiantes a participar en las V Jornadas. Organizamos mesas redondas y paneles. Tuvimos una cálida receptividad. Cuando el programa llegó a nuestras manos, no lo podíamos creer: desperdigado por el mundo, el país estaba ahí, levantaba la mano y decía “¡Presente!”.
En esos tres días —con el apoyo de LASA, WOLA, la Universidad de Tulane y de todos los involucrados—, logramos mostrar y demostrarnos que nadie podrá con nuestro pensamiento y nuestra creatividad. Y que estos espacios de reflexión y encuentro son vitales contra la parálisis que se desea imponer.
Debemos un reconocimiento público a Ernesto Odorisi, coordinador de las salas virtuales, y a su equipo: Claudio Quintero, Andrea López y Jorge Coss.
Adriana Cabrera: acogidos en la casa del Poeta
El núcleo Sucre de la Universidad de Oriente ha sido sistemáticamente acosado por la delincuencia y ha habido muy pocas intervenciones policiales. Asaltos a personas y a salones de clase, saqueos de laboratorios, oficinas y aulas, quemas de bibliotecas, libros, tesis, archivos, hasta el auditorio central lo incendiaron. Desmantelaron la universidad: desaparecieron obras de arte, tuberías y cables, piezas sanitarias, pasamanos de escaleras, mobiliario, marcos de ventanas. A mandarriazos destruyeron equipos de micromecánica y un microscopio de barrido. También ha habido muertes, entre las más recientes: dos en un tiroteo en la sede de la UDO en enero de 2020.
Esta espeluznante realidad imposibilitó la docencia, la investigación y la actividad administrativa. Con la destrucción del Instituto de Investigaciones en Biomedicina y Ciencias Aplicadas, se desalojó el primer núcleo de la universidad más grande del país. Hoy es tierra arrasada el campus que mira a una de las costas más hermosas de Venezuela.
Sin internet, sin redes oficiales de comunicación ni equipos, pero con amigos de la comunidad universitaria, salimos adelante.
Es gente que asume los cargos administrativos, docentes y técnicos a pesar de la media de siete dólares de remuneración mensual. Así llegamos a la directora de Asuntos Interinstitucionales, a la directora del Consejo de Investigaciones, a la directora de Cultura, al equipo de Teleinformática, a todos los profesores y estudiantes que quisieron participar. Aunque se los impidiera la tecnología o la enfermedad, o hubiesen abandonado la carrera académica obligados por el hambre.
Como desde los años ochenta la Casa Ramos Sucre ha estado cerca de la UDO y del movimiento cultural de la ciudad, este recinto nos sirvió de sede. Ni siquiera esta casa, con linaje patriótico, se ha salvado del ahogo presupuestario y del saqueo de bienes al que han sometido a las universidades. Sin internet y sin ninguna compañía que tuviera cobertura para instalarla, teníamos que resolver. Con la donación de la Sección Venezolana de LASA fue posible restituir las conexiones con nuevos equipos, para que en la casa del poeta siga la docencia, la investigación y la divulgación, a pesar de las demás reparaciones urgentes que necesita. Aquí fueron fundamentales las diligencias y la tenacidad de Magdalena López al frente de la organización, así como el auxilio de David A. Smilde, de la Universidad de Tulane.
No faltó el apoyo humano, ni el auxilio de los empleados de la comunidad universitaria. El ingeniero Dámaso Reyes, del Departamento de Teleinformática, rediseñó y reconstruyó el sistema de conexiones, junto a un programador y una cuadrilla del Departamento de Servicios Generales. El equipo fue hasta la estación de telecomunicaciones y allí desmalezaron, escalaron torres, cablearon e instalaron una nueva antena. Días antes, Reyes me invitó a volar un dron para obtener las coordenadas de orientación de las antenas. Vimos las imágenes más hermosas del casco histórico de Cumaná.
Seguimos
Alcanzar metas como este evento solo es posible interactuando con los de afuera. Durante tres días, las V Jornadas de LASA-Venezuela fueron un magnífico ejemplo de cómo armar redes de colaboración académicas Norte-Sur, desde asociaciones profesionales como LASA, en una región con alarmantes desigualdades en la producción de conocimiento.
La convocatoria no pudo ser mayor.
Hubo 180 intervenciones desde Argentina, Australia, Alemania, Brasil, Canadá, EEUU, Inglaterra, México, Israel, Escocia, Perú, Portugal y Venezuela, distribuidas en 35 paneles, 7 mesas redondas, 3 conferencias magistrales y 4 actividades culturales.
Los temas abordados fueron tan diversos como la crisis económica y el covid-19; la violencia social y estatal; el autoritarismo y el militarismo; la pertinencia de los términos populismo e iliberalismo; el derrumbe de la industria petrolera y el Arco Minero; la violación de los derechos humanos, de género y de diversidad sexual; la migración venezolana; las resistencias de la sociedad civil, las editoriales, revistas y el periodismo independientes; los imaginarios alternativos de la nación en la narrativa, la poesía, y las artes visuales recientes; la nostalgia y la memoria histórica; y la geopolítica y relaciones internacionales.
Del 28 al 30 de junio de 2021, estudiosos en ciencias sociales y humanidades, periodistas, artistas, editores, escritores y activistas discutieron sus investigaciones, labores y obras sobre Venezuela, sorteando las distancias entre los que se encuentran dentro y los que están afuera.
Venezuela no puede volver a ser lo mismo. Sin embargo, pudimos reencontrarnos como comunidad, como un país conformado por múltiples fragmentos a lo largo del territorio nacional y del globo. Y en ese encuentro, comprobamos que a pesar de todo, estamos.