Viaje al poscomunismo, con textos de Ana Teresa Torres y fotografías y documentación de Yolanda Pantin, fue publicado en 2020 por Editorial Eclepsidra. En este libro se narran seis viajes que hicieron ambas escritoras venezolanas en los años 2002, 2005, 2008, 2009, 2010 y 2012 visitando varios puntos de Austria, Chequia, Finlandia, Hungría, Lituania, Letonia, Moldavia, Mongolia, Polonia, Rumania, Rusia, Ucrania y Uzbekistán.
Los viajes no fueron, para Torres y Pantin, un recorrido de bellezas sino que tuvieron un trasfondo sociológico y político en el que visitaron lugares emblemáticos de la ocupación nazi, la soviética, los campos de concentración, el gulag, los cementerios y las cárceles, convertidas en lugares de recuerdo y conmemoración de eventos espantosos y valentías sin límite. Por eso no es un libro de viajes convencional, sino una reflexión política en la que se comparan aquellos países con lo que ha sucedido en Venezuela en las últimas dos décadas. Ana Teresa Torres en este libro mira nuestro país a partir de lo que vio en otros y nota que su pasado es nuestro presente, o que su presente será nuestro futuro.
Creo que debido a mis preguntas esta entrevista resultó un poco lúgubre, pero el libro de Torres es todo lo contrario. Viaje al poscomunismo es apasionante, profundo, aclara panoramas, hace pensar y describe con sustancia países muy poco conocidos por nosotros.
En los países de la Europa oriental muestras el contraste entre una clase media y popular muy empobrecida y unos oligarcas, o enchufados, increíblemente ricos, la dilapidación del sistema de seguridad social, la destrucción pero también la construcción de lugares. Afirmas que en Venezuela vivimos en el poscomunismo sin haber pasado por el comunismo.
Aunque a muchos no les parece que este era un gobierno precomunista, en mi opinión sí lo fue. Al menos una gran parte de los dirigentes y principales asesores venía de la extrema izquierda, en algunos casos democrática y en otros insurreccional. Los propósitos que se exponían, si bien en un lenguaje confuso y mezclado con otras retóricas (y con mucho cuidado de evitar la palabra “comunismo”), se inclinaban a la eliminación de la burguesía y pequeña burguesía, a la expropiación de los grandes medios de producción, al control estatal de la riqueza, y a la eliminación progresiva de los procedimientos electorales como medios de renovación política, además de otros temas. Nada de esto se cumplió, a excepción del enorme daño producido a las clases medias que fueron inicialmente las que emigraron, o permanecieron en el país con un modo de vida muy deteriorado. Las expropiaciones fueron un rotundo fracaso, y los controles de la producción produjeron una catástrofe humanitaria. Esta no es exactamente la historia de los países que sí vivieron el llamado socialismo real, pero el desenlace tiene semejanzas, porque en Venezuela, sin pasar por una sociedad comunista, surgieron tendencias que ahora se denominan poscomunistas, como son, por ejemplo, la conformación de mafias clientelares que se apropian de los recursos de la riqueza del país en su único y absoluto beneficio, la proliferación de mafias delincuenciales para el lavado de capitales y la extorsión, el abuso permanente del poder, el discurso de libertad e independencia que encubre el dominio total de la sociedad, la represión inmune a las denuncias nacionales e internacionales, y el estricto control de la comunicación. Eso en resumen da origen a una nueva clase que en Europa oriental se denominan “oligarcas”, y aquí “boliburgueses”, paralelos a grandes masas de la población sometidas a la extrema pobreza.
En tu libro se evidencia que en los países ocupados la impronta soviética en nombres de instituciones, arquitectura, esculturas (por dar solo unos ejemplos) ha sido determinante. Nosotros hemos vivido en estos años varias ocupaciones (rusa, china, cubana, iraní) que solo han expoliado recursos, traído armas y técnicas represivas, pero no dejado huellas urbanas. ¿Crees que esas ocupaciones que hemos sufrido han dejado alguna marca ideológica o traumática en nuestra colectividad?
La URSS fue heredera del imperio ruso de los zares, y por ello su propósito era perdurar y que su cultura (lengua, religión, historia) se construyera, permaneciera, y se extendiera a costa de la independencia de los pueblos y países dominados, como ya venía ocurriendo. Las ocupaciones que mencionas en Venezuela han tenido y tienen solamente un propósito: el expolio. No les interesa imponer, solo extraer. Quizás es pronto para definir la marca que van dejando, pero me inclinaría por pensar que no es una marca ideológica sino puramente traumática, la del que es testigo de cómo su país es arrasado por otros, a cambio de nada.
El recuerdo y la manipulación de la historia son elementos de los que das cuenta. Hay visitas que tú misma cuentas que ya no se podrían hacer porque el putinismo ha logrado eliminar el mal recuerdo del stalinismo (Orlando Figes dice lo mismo con respecto a la investigación de Los que susurran). Aquí y en estos 22 años se ha tratado de hacer una manipulación de la historia.
La pregunta me hace pensar en un efecto paradójico. Por ejemplo, el putinismo quiere borrar lo nefasto del estalinismo, y aquí el chavismo lo que quiso borrar fueron los éxitos de la socialdemocracia, y lamentablemente creo que en eso tuvo bastante éxito. Estamos asistiendo a un florecimiento del apego a la dictadura “constructivista” de Pérez Jiménez, he escuchado elogios de Pedro Estrada, el policía de la dictadura, y en muchos ambientes se respira la noción de que la democracia venezolana fue pura corrupción y clientelismo, con absoluto desconocimiento de sus alcances sociales, educativos, sanitarios, productivos.
A partir de todos los muchos museos y espacios donde se recuerdan caídos, propones que en Venezuela tendremos que tener un Día de la Recordación, en el que honremos a los torturados y asesinados y que sitios que hoy son epítomes del horror se conviertan en espacios de recuerdo. Eso no lo hicimos con las dictaduras del siglo XX y hubiera sido importante.
Las construcciones de memoriales y recordatorios de las catástrofes causadas por las guerras y otros desastres comenzaron a partir de la mitad del siglo XX en Europa y algunos países de América Latina, como Argentina; no son procesos fáciles porque implican reconocer la destrucción operada por un país, un régimen, un individuo. En Venezuela la costumbre ha sido más bien borrar, hacer desaparecer. Así ocurrió con la cárcel gomecista de La Rotunda, o el centro de la Seguridad Nacional perezjimenista, y es muy probable que ocurra con el Helicoide o con el centro de detención y tortura conocido como La Tumba. En el chavismo, la cárcel de la laguna de Tacarigua, conocida como la isla del Burro, en la que estuvieron presos muchos de los insurrectos de los años sesenta, la recuperación que se propuso fue “turística”, lo que no tiene nada que ver con el sentido del recordatorio. El sentido del memorial es precisamente lo contrario de borrar, es construir o dedicar edificios para que el olvido no se lleve lo ocurrido. Siempre menciono como ejemplo la iglesia memorial del káiser Guillermo en Berlín que me impresionó tanto: se conservó la parte destruida por los bombardeos en la II Guerra Mundial, a la vez que se completó con una nueva construcción para que la iglesia se mantenga activa. Recordar el pasado y continuar hacia el futuro.
Nunca he comprendido a qué se debe la necesidad de destrucción, a la que se ha empeñado el régimen en estos años, ¿se te ocurre alguna teoría?
La construcción de una sociedad comunista fue una de las grandes utopías del siglo XX; hacer desaparecer para siempre la pobreza y la explotación de la faz de la tierra. El proyecto fracasó, no cabe duda, y costó muchas vidas y enormes sufrimientos, pero era un proyecto social basado en tesis filosóficas y económicas (de Marx) y en el voluntarismo revolucionario (de Lenin). En el caso venezolano las bases teóricas del chavismo podían invocar a Cristo, a Ezequiel Zamora o al Ché Guevara, todo a la vez. La orientación política que tuvo en sus inicios por parte de algunos elementos de la izquierda sesentista, manipulada desde la ignorancia se convirtió en una confusión constante, en un alegato a favor del resentimiento más que de la justicia, y terminó en la apropiación anárquica de la riqueza pública y privada.
Construir es una obra lenta y difícil; destruir se hace en poco tiempo y aquí lo que tuvimos fue destrucción y rapiña.
La incapacidad de construir por insuficiencia de proyecto y de conocimiento se convirtió en una orgía de destrucción. Ante la incapacidad de construir se eligió destruir lo existente y considerarlo pernicioso. Para muestra un botón, el Sambil de La Candelaria. El comandante pasó un día por allí y lo mandó a expropiar porque en Venezuela no hacían falta más construcciones para el comercio y la propiedad privada. Se convirtió en un inmueble vacío, expuesto al deterioro y al vandalismo hasta que a alguien se le ocurrió, catorce años después, que era mejor devolver aquel cachivache.
No lo pareciera, pero Viaje al poscomunismo es un libro con toques optimistas. Una de las guías te dice: “Miramos hacia el futuro, no es fácil pero será posible”.
La guía era lituana, y efectivamente Lituania ha conseguido un avance económico importante, y ahora pertenece a la Unión Europea. Ese era el futuro al que ella quería mirar. En lo personal no me destaco por ser una persona optimista, y a veces digo en broma que soy una pesimista profesional, pero lo cierto es que me gusta observar y sacar conclusiones de lo que veo, y son tantas las cosas que no se ven que en el fondo nos movemos siempre en la ignorancia y en la duda. Hay días en que me levanto pensando que “no hay mal que dure cien años”, y otros en los que pienso que Venezuela, tal como la conocimos, ha desaparecido para siempre.