El contraste fue impresionante e imposible de ignorar. Frente al país oscurecido bajo la espesa penumbra del colapso eléctrico y de sus innumerables problemas, entre el relumbrón de Las Vegas un cuarteto de tres cuatristas y un bajista, C4 Trío, ganó un Latin Grammy en la categoría Mejor Álbum Folklórico por Tiempo al tiempo, el álbum que hizo con el célebre músico nicaragüense Luis Enrique, justamente el disco que se promovió con el video clip de “Añoranza” en el que ellos brindan un homenaje a nuestros “caminantes”. En la misma ceremonia, el bajista de C4 Trío, el falconiano Rodner Padilla, fue el premiado en Mejor Arreglo por “Sirena”, un tema de ese mismo disco; otro músico venezolano, Juan Delgado, se llevó otro Latin Grammy en Mejor Álbum Cristiano en Español; la margariteña Nella Rojas ganó como Mejor Nuevo Artista; y Los Amigos Invisibles ganaron en Mejor Canción Alternativa con “Tócamela”.
Esto es la industria del entretenimiento en español basada en Estados Unidos promocionando a ciertos artistas sobre otros, por supuesto, pero es un indicio, entre muchos, de algo que no sé si estamos apreciando en su debida magnitud: este es un gran momento de exposición y de vitalidad de la cultura hecha por venezolanos.
Si uno se asoma en el website de Guataca verá una intensa actividad de conciertos y publicaciones de música venezolana, en distintos géneros, y será solo una parte. Solo en esa semana pasada que terminó con los Latin Grammy, en que publicamos la crónica del paso de Yordano por Montreal, su nuevo compañero de aventuras Cheo Pardo anunciaba un disco nuevo, y un cercano colaborador de Cheo, ese increíble compositor que es Ulises Hadjis, lanzaba dos canciones. Este año, Famasloop publicó la banda sonora de El vampiro del lago (la película de Carl Zitelmann basada en la novela de Norberto José Olivar), y sacaron discos nuevos Los Mesoneros, Gonzalo Grau, Jorge Glem y César Orozco, y Viniloversus, entre otros. Músicos venezolanos tan diversos como Frank Quintero, Desorden Público, Oscar D’León, Miguel Noya y Pedro Castillo están publicando singles, tocando, revisitando su propia obra.
Más allá de las estrellas continentales como Franco de Vita, hay compositores como Fernando Osorio o productores como Arca operando en las grandes ligas del negocio de la música. Aparte de Gustavo Dudamel, hay otros venezolanos dirigiendo orquestas en el mundo, como Eduardo Marturet y Rodolfo Saglimbeni; hay antiguos profesores de El Sistema trabajando como docentes u organizadores de estructuras similares; y por supuesto muchísimos músicos de formación clásica radicados afuera, tanto cantantes como instrumentistas, compositores y arreglistas, desde Álvaro Paiva hasta Gabriela Montero. Naturalmente, las cosas son difíciles para casi todos ellos —hay bastante músico venezolano viviendo precariamente, afuera y adentro—, pero en general es una época difícil para todos los músicos de cualquier parte.
La música es lo más visible, pero esta especie de estallido cultural venezolano ocurre en muchos terrenos, como en la literatura.
Se ha hablado mucho entre nosotros del éxito de crítica y de las apuestas de editoriales europeas por la narrativa de Rodrigo Blanco Calderón y Karina Sainz Borgo, pero hay muchos escritores venezolanos publicando en el exterior; autores que llevan mucho tiempo afuera como Juan Carlos Méndez Guédez, Juan Carlos Chirinos o Miguel Gomes, y voces emergentes como Keila Vall de la Ville, Raquel Abend, Fedosy Santaella o José Urriola. La prestigiosa editorial Pre-Textos ha dado visibilidad en España a la obra de poetas como Alejandro Oliveros, Igor Barreto, Yolanda Pantin y Adalber Salas, y acaba de publicar una monumental antología de poesía venezolana, Rasgos comunes, editada por Miguel Gomes, Antonio López Ortega y Gina Saraceni. Visor, que inauguró una serie de poesía venezolana con Juan Sánchez Peláez, acaba de publicar un poemario de Verónica Jaffé.
Han pasado cosas que no habían ocurrido antes. Rafael Cadenas ha ido siendo reconocido como uno de los grandes poetas del idioma. Ninguna película venezolana había ganado el León de Oro del festival de Venecia, uno de los tres premios más prestigiosos del cine, antes de Desde allá (2015) de Lorenzo Vigas, ni había ganado un Goya en España, como Azul y no tan rosa (2012) de Miguel Ferrari. Ningún actor venezolano ha tenido tanto impacto en Hollywood como Edgar Ramírez; un logro individual, por supuesto, pero que se alimenta de una sensibilidad compartida y brinda más proyección a la idea de Venezuela como algo más que chavismo. Nunca había habido tantos venezolanos en posiciones creativas relevantes en la industria del entretenimiento global, desde el productor Leonardo Aranguibel hasta decenas de ejecutivos, guionistas y directores. Como también hay gente afuera enterándose de que hay una cultura valiosa y posterior a los grandes venezolanos universales del siglo XX: por ejemplo, en el mundo del arte, ya se deben haber dado cuenta de que fuera de Carlos Cruz Diez y Jesús Soto, existe el trabajo de muchos otros creadores como Patricia van Dalen, Miguel Braceli o Sheroanawe Hakihiiwe.
Y esto es relevante, que se sepa que la Venezuela del presente no es solamente la devastación que sale en las noticias, porque también están pasando cosas adentro.
Con inmensas dificultades, todavía se publican libros en Venezuela. Parte de esa publicación se hace con editoriales que tienen un pie adentro y otro afuera —como Libros del Fuego y Letra Muerta, que tienen un estándar de calidad altísimo— o con el apoyo de organizaciones privadas. Kira Kariakin y Eleonora Requena acaban de publicar una antología de poesía de la diáspora, El puente es la palabra. Todavía se hace cine. Hay una movida teatral en Caracas de mucho valor: Luigi Sciamanna, Julie Restifo, Héctor Manrique y Javier Vidal están fajados trabajando. Incluso en el occidente, donde el colapso de servicios es peor que en la capital y que en partes del oriente, hay gente fajada por hacer cosas; hay espectáculos presentándose en Maracaibo, exposiciones en galerías de Barquisimeto. Es cultura el humor, y hay una amplia camada de comediantes, muchos de ellos muy jóvenes; es cultura el activismo por recuperar el espacio público y la noche urbana, y hay interesantes actividades en Caracas en las que siempre me da dolor no poder estar.
Creo que cabe preguntarse si la migración forzada, a la par de la necesidad de documentar lo que nos pasó, ha impulsado nuevas cuotas de calidad, de riqueza en nuestra producción cultural. Y por supuesto que cabe preguntarse también hasta qué punto se puede decir que sea venezolana —si es que la cultura puede tener cédula— una novela o una canción que se hace en el exterior sin que explícitamente se vincule a Venezuela. ¿Es venezolana una canción en español de Devendra Banhardt?
Pero en todo caso, creo que esta expansión de nuestra cultura nos está sacando del desconocimiento que representa el estereotipo exótico, está mostrando que somos y podemos ser mucho más, una nación con complejidad, no solo un campo de petróleo. Y bueno, no sé hasta qué punto eso pueda contribuir a que recuperemos nuestra democracia, por ejemplo, pero es al menos un acto de justicia con esa democracia que en buena parte creó el sustrato en el que esta cultura se gestó.
Paradójicamente, en medio del desastre, hemos ido emergiendo ante los demás y ante nosotros mismos como una generosa fuente de inteligencia y de belleza gracias a la calidad de lo que hace nuestra gente, y al hecho mismo de que hemos sido obligados por las circunstancias a actuar en otros espacios, otros canales. Es una necesidad de contar, de decir, de denunciar también. De procesar lo que nos ha pasado. Es la avidez que crean el agobio económico y psíquico en Venezuela, y el agobio económico y psíquico de la vida afuera.
Aquí en Cinco8, como en otros medios, lo estamos documentando, haciendo preguntas, reuniendo voces, miradas. Con las galerías, con crónicas, con conversaciones. Pero es una tarea que nos supera porque es prácticamente inabarcable. Esto seguirá creciendo y produciendo muchas ideas distintas de lo que somos como nación.
Bajo esta riqueza late la ironía de que todo esto ocurre justo en los años en que tanto han trabajado para reducirnos a todos a una tropa estúpida que solo sabe repetir himnos a un militar. Y brilla la certeza de que con todas las pérdidas, inconmesurables, que hemos sufrido y seguimos sufriendo, ahí en nuestra cultura tenemos una columna de ganancias.