No fue nada fácil para Vilena Figueira, especialista en conservación de archivos fotográficos, renunciar a la Biblioteca Nacional de Venezuela, institución a la que le dedicó casi veinticinco años de su vida. Pero el cambio llegó de forma inesperada, con más ventajas que pérdidas. Su experiencia en el desarrollo, organización y conservación de los archivos fotográficos y en documentación le abrió las puertas de muchas instituciones en Colombia que querían contar con sus conocimientos.
No es para menos, Vilena Figueira fue jefe de la División de Archivos Fotográficos de la Biblioteca Nacional y formó parte del comité que elaboró el informe para que esa colección fuera declarada por la Unesco como Archivos Documentales de la Humanidad en 1997.
Pero un día escribió su carta de renuncia. Estaba dando un salto al vacío. Pasaba por una depresión crónica así que podían jubilarla por incapacidad.
—Fue una etapa muy dura, fui a tres psiquiatras, porque no me sentía en confianza con ninguno. Para mí, que tenía un cargo de carrera en la administración pública, la idea de que me pusieran en un papel “incapacitada” no era una opción, porque creo mucho en la palabra y eso era como decretarlo.
Cuando decidió reintegrarse al trabajo, en un asalto en un bus le pusieron una pistola en la cabeza. Eso agravó una situación que ya era muy difícil.
—Ahí fue cuando mi esposo me propuso salir de vacaciones.
Se fueron a Cali, donde su esposo tiene familia. Sin analizarlo mucho y sin una mudanza planificada, se quedaron en Colombia.
—Sin quererlo, me fui del país. Nunca me despedí.
En Cali encontró acogida y lugar para su carrera profesional. Las puertas de Latinoamérica como conferencista y asesora se le abrieron con su experiencia en bases de datos y digitalización, además del conocimiento de conservación y organización de archivos fotográficos, así como en la creación y diseño de portafolios.
—Cuando yo publiqué mi experiencia en Instagram, la primera persona que me llamó fue Eduardo Carvajal (mejor conocido como @laratacarvajal), el fotógrafo de foto fija más famoso de Colombia. Trabajaba con Luis Ospina, quien tenía grandes amigos en Venezuela debido a su pasión por el cine, y Cali había sido también la ciudad de Andrés Caicedo. Ellos, entre otros, conforman el Grupo de Cali, que tiene un prestigio bien ganado en el sector cultural. En esta ciudad valoran mucho el patrimonio fotográfico, porque Cali tiene una historia muy ligada al cine y a la fotografía. Caí en el lugar en donde valoran lo que yo hago.
Luego vino la pandemia, y Vilena perdió cuatro trabajos.
–Hice una reflexión muy grande sobre lo que haría con mi vida. Yo no puedo estar tranquila, mi mente tiene que estar trabajando. Tenía mis proyectos fotográficos, que van evolucionando a menor ritmo, pero era fundamental encontrar otra forma de relacionarme en el mundo profesional.
Entonces, Martha Isabel Calle le pidió una ponencia en el Cali Foto Fest (para agosto de 2020), y que le recomendara una escuela para participar en el festival. Vilena le pidió dos semanas para crearla ella misma.
–Pasamos de ser una escuela de gestión de archivos fotográficos a desarrollar el área de fotografía avanzada y creatividad. Somos una escuela colaborativa, similar a un coworking, con una lista de profesores ya configurada.
Recientemente resultó ganadora del Premio al Emprendimiento de Bancolombia, Reinventistas, un bootcamp que les permite a los participantes obtener herramientas para desarrollar sus proyectos en distintos ámbitos: manejo de la imagen, comunicaciones, finanzas y plan de trabajo. La Escuela de Fotografía y Creatividad La Cápsula, fundada por Figueira en muy breve tiempo, compitió contra empresas de la más variada índole comercial.
Con una biblioteca por dentro
Entre una terapia y otra, la opción que tuvo Figueira como una manera de sobrellevar su estado emocional fue construir su propia narrativa a partir de su imaginario. Con la ayuda de Elisabetta Balasso se construyó un mantra:
—No importa si yo salgo de la Biblioteca y del archivo, porque siempre van a estar dentro de mí —aún lo dice y se le quiebra la voz.
Además de docente en el CIEF, también hizo cursos de fotografía con Ricardo Armas y Vasco Szinetar.
—Yo no me consideré fotógrafa hasta que definí una temática, un cuerpo de trabajo —dice Vilena.
Un día le comenta a Szinetar un proyecto fotográfico que quería hacer en colaboración con otro fotógrafo. Vasco le responde: “Hazlo tú misma, ¿qué estás esperando?”. Esas palabras fueron el impulso que necesitaba:
—Sabía que tenía que procesar mi despedida de la Biblioteca Nacional, y lo quería hacer con autorretratos en los depósitos de las colecciones. Mi cuerpo me lo pedía, así como mi psique. Lo quería hacer con el riesgo de que los vigilantes me sacaran, pero sorprendentemente fue todo lo contrario. Ellos me ayudaron a tomar las fotos, eran autorretratos dirigidos.
De ese resultado surgió la serie La Custodia, que es un homenaje a quienes tienen la responsabilidad de cuidar los documentos y los archivos, pero también una reflexión sobre el verbo custodiar:
—El primer retrato que me tomé viene a ser el último de la serie. Yo estoy en el piso, con las cajas del depósito de libros raros y manuscritos. Los archivos me están aplastando, me están matando. Siempre tomo dos fotografías, una donde estoy presente y otra únicamente del espacio. Era mi forma de decir hoy estoy, mañana no. Pero realmente lo importante es esto, el archivo.
Parte de ese trabajo conforma la obra que se encuentra en el FOLA, y que en 2018 la hizo finalista de ese festival latinoamericano, que se realiza en Argentina. La muestra, entre otros espacios, también tuvo acogida en el Festival Internacional Paraty em Foco, de Brasil.
La serie se amplió con imágenes de distintas bibliotecas de Venezuela y de otros países:
—Tuve la oportunidad de viajar a un Congreso en Lima, el diario El Comercio me hizo una entrevista y les pedí que me dejaran fotografiarme en sus archivos.
En Venezuela, la serie incluye la Biblioteca Febres Cordero en Mérida, los archivos de prensa de Últimas Noticias. Además se ha retratado en la Biblioteca Nacional de Conservación, Restauración y Museología de México (Encrym), en la cineteca de México, así como en los archivos de instituciones similares de Buenos Aires, de Nueva York, de Miami Beach, de Cali, y no para de contar.
—Es una serie que no ha concluido. Yo voy a envejecer delante de la cámara. El tiempo es parte de todo.
Vilena Figueira menciona a muchos amigos que la han apoyado, entre ellos, Alberto Asprino quien le inculcó la confianza para exponer su obra, Jorge Luis Santos y Marcel del Castillo, quienes también le abrieron las puertas a otros festivales.
La memoria como catarsis
Las tres áreas de trabajo de Vilena Figueira, quien es también asesora del Archivo de Fotografía Urbana, son archivo, migración y tecnología, y el eje transversal es la memoria. Mucho antes de saber el camino profesional que tomaría, ya sentía curiosidad por esos temas. Era apenas una estudiante de bachillerato cuando leía y recortaba la columna de María Teresa Boulton, “La Fotografía”, que publicaba el diario El Nacional de Caracas, y también buscaba sus artículos en la revista Encuadre, que escribía Boulton cuando era directora de fotografía del Conac.
El valor de la fotografía para Vilena no es únicamente lo material sino lo inmaterial: la imagen que se encuentra solo en la imaginación, porque todo eso es parte de la existencia.
—Un sistema de relaciones es algo orgánico. Tu historia cobra sentido en la medida que se la cuentas a otro, cargada de imágenes, y el otro te responde. De ahí el poder de las redes sociales, porque encuentras el feedback a través de tus grupos y tus contenedores de memoria. Te vas reconstruyendo, todo se va moviendo.
Curiosamente, Vilena trabaja en la memoria de un país en el que predomina el olvido. Pero su percepción es diferente:
—Todo proceso de rescate de la memoria parte de un sentimiento de pérdida. Lo que nos ha pasado en estos veinte años ha hecho que nos aferremos más a nuestra memoria, se ha creado un valor más sólido por lo venezolano. Cuando sentimos que podíamos perder nuestro país empezamos a resguardar nuestras historias, nuestro patrimonio cultural. La memoria es un sistema de relaciones que si no se difunde, ni existe ella ni existimos nosotros. Lo que hemos hecho ahora es compartir memorias a través de las redes sociales.
La experiencia del imaginario
En 2018 Figueira también resultó finalista del Premio de Fotografía Latinoamericana Luz del Norte, en México, pero con un proyecto diferente.
—Quise enviar un proyecto nuevo y decidí representar la migración en forma de tránsito y traslado, el tránsito de una persona a través de la migración de los archivos. Comencé a anotar mis sueños, y en uno de ellos vi lo que quería hacer. Quería hablar de la historia de la fotografía y de los archivos en una sola imagen. Son collages de objetos donde están todos los soportes de la fotografía. Estamos hablando de peltre, cobre, triacetato, vidrio, papel, etc. Pero además, utilicé la realidad aumentada (RA). Eso te permite escuchar las voces de migrantes. Y la única imagen que se repite en toda la serie es el mar.
Para este trabajo, Vilena Figueira se dedicó a buscar en mercados de objetos usados los materiales para su obra: tarjetas de computadoras, desde las más antiguas hasta microchips de celulares:
—No se trata solo de técnica, sino de reflexión y de introspección. Cuando me piden que muestre mi trabajo, envío una postal y a través del celular, los espectadores pueden escuchar a los migrantes que hablan de su nostalgia y al fondo el sonido del mar. La evocación de una referencia geográfica provoca que aumente la nostalgia del migrante. Y en esta serie prefiero que el espectador se encuentre con una experiencia. No es una imagen. Publicar la foto es la mitad del discurso… Es un nuevo ámbito de fotografía, si reproducimos la realidad a través de imágenes, seguimos hablando de fotografía.
Este mar que ves se expuso en el centro de Bellas Artes de Monterrey y luego, en el Museo Cuatro Caminos (fundado por Pedro Meyer), ambos en México.
Paralelamente, esas memorias que terminan en los mercados de los corotos conservan fotos que alimentan otro proyecto de Vilena:
—Pienso que esas tarjetas son de celulares robados, extraviados. Debido a la pandemia, me he dedicado a extraer imágenes de esas memorias. Quiero crear un espacio en Facebook o Instagram para mostrar esas fotos, con la esperanza de que sus dueños las reconozcan, y también las voy a incluir en la realidad aumentada.
Como curadora y docente, Vilena Figueira monitorea las tendencias de las fotografías permanentemente, está muy vinculada a movimientos de mujeres fotógrafas como Fotógrafas Latam. De allí que tiene percepción del campo de la fotografía en Venezuela y de las mujeres fotógrafas:
—Estamos en muy buen nivel. Y sí, era necesario darle espacio a la mujer. Es parte de todo lo que está pasando en el mundo. Hay propuestas muy interesantes. Las fotógrafas latinoamericanas están dando a conocer nuestra historia, nuestra cultura a través de narrativas nuevas. Y ahora, está la posibilidad de llevar a las fotógrafas latinoamericanas a exponer en Europa. Si no lo divulgamos no van a saber, por ejemplo, que el maíz tiene múltiples colores, que los tejidos tienen que ver con signos ancestrales y no es solo algo folclórico, es contemporáneo, lo ves imbuidos en la cotidianidad.
La fotografía para Vilena ha sido una fuente para la investigación. Estudia los archivos familiares tanto como ayuda a ordenar las colecciones importantes fotógrafos, como François Dolmetsch, fotógrafo y músico británico que vive en Cali desde 1962, o mucho antes, el archivo de Miguel Arroyo (considera a su viuda Lourdes Blanco, fundadora del Centro Nacional de Conservación, una de sus grandes maestras). Y por si fuera poco, va paso a paso, escribiendo un libro que seguramente recogerá sus tres ejes de trabajo: archivo, tecnología y migración, que se titulará La ansiedad de la memoria.